El grito de Paula: Poder versus verdad
- gritosdeayuda
- 5 jul 2022
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Actualizado: 7 jul 2022
Durante seis años recibió agresiones por parte de uno de sus compañeros de curso, quien resultó ser nieto de un reconocido político nacional. El colegio cayó en la inacción y las peticiones de ayuda escalaron hasta el daño físico.

Llegas al colegio, te sientas en el primer banco disponible; no conoces a nadie a tu alrededor, acabas de llegar a la ciudad. Buscas refugio, amigos, pero solo encuentras la soledad y la agresión de quien goza de un apellido, uno importante. Necesitas ayuda, solo encuentras espaldas y recriminaciones de tu entorno. ¿Cómo enfrentarlo si estás solo frente al séquito que avala la violencia? ¿En quién depositas tu confianza si nadie actúa con la prontitud que requieres? Solo tienes seis años.
A sus 21 años, Paula recuerda episodios crudos en su historia de vida. Cada palabra que emite está cargada de sentimiento, también de dolor. Solo espera que su testimonio pueda ayudar a quienes estén pasando por una situación similar y, además, le permite botar parte de los recuerdos que la atan a un pasado de sufrimiento.
Con la llegada a un nuevo colegio sintió la soledad y el desprecio de sus compañeros y compañeras. La aislaron, le rompían sus útiles escolares y la denostaban por no cumplir con los estereotipos elitistas y segregadores de cierta parte de la sociedad chilena.
Junto a esta oleada de agresiones menores, uno de sus compañeros tomó un camino aún más preocupante. El insulto era acompañado de golpes, algo que para sus cortos seis años no comprendía del todo; los adultos lo veían como algo de niños y no erradicaban el problema.
Desde el día uno la pasé muy mal. Cuando yo llegué era más gordita, me sentía como el patito feo, la vulnerable del curso. El poder que tenía sobre los profesores y los alumnos era muy fuerte.
Prefiere no dar el nombre, pues su agresor es nieto de un reconocido político nacional. Solo se remite a decir que ha sido investigado por diferentes delitos que han remecido a la política en la última década.
Cuando Paula comunicaba lo que estaba pasando, los adultos aminoraban la situación. Lo que parecía ser solo cosa de niños la acompañó por ocho años. Los golpes, el insulto, las risas y el hostigamiento a través de redes sociales oscurecían su día.
Dentro de relato recuerda que la tildaron de mentirosa. No logra comprender si fue porque no se expresó bien, si influyó el cargo del abuelo de su agresor o solo fue por parte de la inoperancia de algunos docentes del Colegio Puerto Varas.
Pese a las alertas, el llanto y la búsqueda de ayuda, el respiro tardó ocho años en llegar. Los golpes continuaban y la mofa era recurrente; trataba de crecer dentro de la isla en que figurativamente se hayaba, pero la olla de presión en que se transformó su cabeza le llevó a realizarse cortes en sus brazos.
Mis padres decidieron tomar cartas en el asunto cuando comencé a cortarme los brazos. Necesitaba exteriorizar mi dolor, tal vez quería llamar la atención, en verdad aún no lo tengo claro, pero funcionó: me pude cambiar de colegio y ahí cambió todo.
La ayuda llegó desde fuera del colegio. Por años asistió a un psicólogo, pero dice que no surtió mayores efectos. Está convencida de que el problema nunca fue ella. Extraoficialmente sabe que su agresor, el nieto de un político, el que poseía un apellido destacado, el que imponía su posición social sobre el resto, va a ser padre y ha sido partícipe de diferentes hechos delictuales (que no han sido difundidos).
Recurrió a diversas técnicas para afrontar la situación. La emoción fue parte de cada segundo de la entrevista. A ratos pausaba el relato para encender un cigarrillo o para respirar dentro de tanto dolor y recuerdos que reabren la herida de su pasado.
Me hice mucho daño conscientemente, a esa edad tampoco te das cuenta de lo que estás haciendo.
Su red de apoyo fue limitada; a ratos conocía extraños en la calle, algunos quisieron aprovecharse de su vulnerabilidad. Su testimonio, marcado por el espíritu de superación, es una de las tantas historias que hoy vuelven a la palestra.
La Superintendencia de Educación informó en su reporte a inicios de junio que los casos de violencia entre estudiantes aumentaron en un 60%. Paula vio cómo el sistema le falló: no recibió la atención que requería para cambiar lo que a diario padecía.
Algunas jornadas no quería ir al colegio, por el solo hecho de tener que enfrentarse a la cruda realidad de violencia, hostigamiento y discriminación. Sin embargo, asegura que esos recuerdos son parte del crecimiento personal y hoy se proyecta al futuro con gran fuerza. Se prepara para terminar su carrera, ha creado una red de amigos sólida, la que coincidentemente reúne a personas que han sufrido algún tipo de sesgo o maltrato dentro de su formación.
Las lágrimas quedan atrás, se van difuminando igual que el humo del cigarrillo que la acompañó en parte de la entrevista. Hace un claro llamado a poner atención a las diversas solicitudes de los menores dentro de su proceso formativo. No es solo cosa de niños, pues se pueden generar tormentas difíciles de controlar.
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